Edmundo García
Miami se ha convertido en una especie de capital del fraude en los Estados Unidos. Las cortes y mesas de los fiscales están llenas de casos de fraude a los seguros médicos, a los préstamos para los interminables negocios de la construcción, de abusos con los sistemas de atención al SIDA y protección de ancianos; existe especulación fraudulenta con la simulación de accidentes de tránsito, falsificación de tarjetas de crédito y otras formas de corrupción. La propagación de este mal también afecta a la cultura cubana; en particular a la pintura.
Para detener el fraude con la pintura cubana que se ha extendido por Miami es necesario ante todo detectarlo; lo que se ha convertido en una tarea bastante difícil dada la complejidad con que operan los nuevos falsificadores y la aparición de signos inéditos en la circulación del arte.
Todo esto junto al hecho de que si bien en Miami existen unas pocas galerías y galeristas muy serios, hay también una enorme cantidad de especuladores que parecen haber descubierto lo “fácil” que se puede hacer dinero en este renglón si se procede ilegalmente y sin tener el prestigio y renombre que solo puede dar la tradición y la experiencia acumulada.
En algunos casos, más que de falsificadores individuales es posible hablar de verdaderos talleres de falsificación. Un fenómeno de largo alcance que hace que el fraude cometido en Miami se pueda expandir por el resto de Estados Unidos afectando a personas muy respetadas en su patrimonio.
Los problemas de autentificación de obras de arte se resuelven de forma más inmediata si se trata de un autor vivo, en cuyo caso él mismo participa en la emisión del dictamen. Pero ni siquiera en este caso desaparecen los problemas, pues en Miami se han expedido certificados falsos a pesar de las evidencias.
La autoridad rectora del proceso de autentificación de la pintura cubana debe ser sin dudas el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana; y apoyándose en sus especialistas actuales y no en colaboradores y asistentes que han pasado alguna vez por esa institución pero que ya no forman parte de ella.
Una de las realidades a afrontar en el problema de la falsificación actual de la pintura cubana es que este exige, por su “técnica” y complejidad alcanzada, la participación de una institución de esa dimensión, con sus grandes colecciones disponibles para establecer la contrastación necesaria entre las etapas y tendencias evolutivas de un determinado artista.
Es necesario porque en los talleres de falsificación no trabajan aficionados; en ellos pueden encontrarse graduados de conocidas escuelas cubanas de arte como la Academia de San Alejandro y otras, que aunque no han tenido talento para repuntar como creadores, indudablemente tienen la habilidad para componer y “armar” en lugar de limitarse a copiar de la forma más exacta posible una obra específica de un artista establecido.
Se dedican preferentemente a producir una obra “distinta” a través de la composición a partir de fragmentos de obras de diferentes etapas de un artista. Así es muy difícil dictaminar un fraude, ya que como dije no se trata de la repetición de una obra con propietario legal reconocido sino de un nuevo cuadro que en un determinado momento, con alguna explicación circunstancial, sale al mercado. Terminado además con técnicas de envejecimiento, el uso de tintas y materiales que se usaban en la fecha elegida por los falsificadores, etc.
Un objetivo preferido de este tipo de falsificación ha sido la obra de Carlos Enríquez. Aparentes “nuevos” cuadros de este pintor cubano han sido “armados” y lanzados a la circulación con los consabidos daños. Los falsificadores pueden tomar un detalle de “El rapto de las mulatas”, lo componen junto a otro detalle de “Campesinos felices”, más otro de “Paisaje criollo”; es un ejemplo. Lo mismo se ha hecho con Amelia, Portocarrero y Víctor Manuel.
La falsificación se ha ensañado con el trabajo de artistas cubanos de renombre. El caso de lo que ha sucedido con la obra de Lam es alarmante, pues se dice se han acumulado más obras falsas que verdaderas; pero también han padecido la falsificación artistas vivos como Mendive, Fabelo, Tomás Sánchez, Pedro Pablo Oliva y Kcho.
En el caso de este último (Kcho) me gustaría compartir un breve fragmento de la entrevista que le realicé en abril de este año 2015 en su estudio en el barrio de Romerillo, en La Habana, y que de forma íntegra puede encontrarse en los archivos de La Tarde se Mueve:
“Edmundo García: ¿Cómo proteges tu obra de las falsificaciones?
-Kcho: Hay cosas que me tocan, que me vienen a la espalda desde que nací. Me falsifican desde que tengo 24 años. Tengo gente del mundo del arte que me quiere mucho y un día trataron de consolarme diciendo ‘Puedes darte con una tabla en el pecho, que hay gente que se mueren y nunca lo falsifican’. Y es verdad. Se puede ver hasta cierto punto como un elemento dignificador que te falsifiquen. Hay veces que me pongo cabrón. Tengo un archivo de falsos en una página web. Es increíble que pueda haber gente en Miami y Hialeah haciendo “Kchos falsos”.
-Edmundo García: Te confieso que un día me pusieron dos “Kchos” de esos delante, y si no fuera por par de detalles…”. (/archives/2182)
Para confiar en la autenticidad de una obra es necesario que los galeristas y coleccionistas, amparados siempre en la pericia de las instituciones cubanas, dominen el pedigree o historial tanto de la pintura como del poseedor de la misma. Actualmente casas importantes como Christie’s no hacen transacciones si no tienen información suficiente de las personas interesadas. En el caso del intercambio artístico entre Cuba y Estados Unidos es imprescindible la existencia de un tejido político que facilite este tipo de trabajo. Hoy, en medio del éxito de la Bienal de La Habana y del boom que se le pronostica al arte cubano, es necesario aumentar los controles sobre estos perjudiciales fenómenos, lo que supone además una colaboración profesional activa entre las fiscalías de Cuba y los Estados Unidos.