Entrevista a Ramón Alejandro

Posted: 5th June 2008 by Edmundo García in Entrevistas

Programa: La Noche Se Mueve.
Director Edmundo García.

 
Fecha: jueves 5 de junio, 2008.

 
EG: Edmundo García
RA: Ramón Alejandro

 
EG: Amigos, muy buenas noches, les saluda Edmundo García. Esta es La noche Se
Mueve. Hoy tengo un programa muy peculiar. Primero, porque se trata de alguien que yo
respeto y admiro, como intelectual, como creador y hombre de su tiempo. Segundo,
porque es mi amigo. Y tercero, porque esta oportunidad que se da hoy hacía mucho
tiempo que yo la esperaba. El público que lleva más tiempo escuchando este programa,
desde que estaba en la otra emisora, recuerda que el invitado de hoy fue uno de los que
más reacciones provocó y que los oyentes más disfrutaban. Se marchó. Regresó a lo que,
sin ser su lugar de nacimiento, es de alguna manera su lugar de origen: la ciudad de París.
Importantísimo pintor, importantísimo intelectual. Un hombre que ha demostrado una
tremenda garra como escritor, novelista y ensayista. Un ser raro para estos tiempos,
porque mezcla dentro de sí, como si fuera una licorera, el pensamiento antiguo y aquellos
de las diversas vanguardias de diferentes eran: la postmodernidad y la trasgresión. Pero,
por sobre todo, es un creador. Un humanista y es un hombre lleno de laberintos. Esta va a
ser una entrevista para un libro futuro. Cuando se publique lo que ha sucedido en este
programa y cómo trabajamos en eso, esta persona no podrá faltar. Bienvenido Ramón
Alejandro.
RA: Después de eso, me has dejado completamente inhibido. No puedo siquiera darte
las gracias.
EG: Pero tú sabes que todo lo que dije es verdad, que lo siento en lo más profundo de
mi corazón.
RA: Me encantaría que lo fuera. Está por probar.
EG: Quiero Ramón, hacer esta entrevista de cara a un lector del futuro. También de
frente a los oyentes que te recuerdan, cuando hace unos 5 años participabas en este
programa. Esos, que te recuerdan, revivirán memorias e historias. Vamos a comenzar. Ya
eres un hombre de 65 años de edad. Esa es la edad en la que muchas personas deciden
jubilarse, atender a los nietos, cultivar las flores de su jardín y hacer recorridos en los
cruceros de vacaciones. Eso es, si se tiene algún dinerito. Pero yo sé que tú lo tienes.
RA: Prefiero gastármelo en otra cosa.
EG: ¿Cómo qué?
RA: Publicar libros. No me trates de involucrar en tus marañas.
EG: ¿En qué estás pensando?
RA: Estoy pensando en la publicación de libros, que es lo que tengo en mente.
EG: Esta edad a la que tú has llegado, que es casi la edad de una persona honorable,
¿no te convoca al descanso y la contemplación?
RA: No, qué va.
EG: ¿Tú estás en la edad contemplativa de la vida?
RA: No, yo cada vez estoy más disparado. Estoy por la acción inmediata.
EG: ¿ A tu edad, Ramón?
RA: Sí, tengo como 6 proyectos en curso.
EG: Ramón Alejandro, tú eres un hombre que nace en Cuba, en la ciudad de La
Habana y el reparto la Víbora. Podríamos decir que de una familia de clase media alta.
RA: Media, media.
EG: Y abandonas el país. Entre los primeros jóvenes intelectuales y artistas con
vocación, que se van del país, estás tú.
RA: Era un muchachito de la Víbora, que quería ser pintor. Porque su abuelo lo había
sido, su tío lo había sido y su bisabuelo también. Pero que no tenía mucha idea. Que no
pudo ir a San Alejandro por los prejuicios de mi padre.
EG: ¿Cuáles eran los prejuicios de tu padre?
RA: Los mismos de siempre, sobre la escuela de Bellas Artes. Primero, desde el
punto de vista más importante, que era el argumento materialista, porque la pintura no
daba para ganarse la vida en aquella época. En segundo lugar estaba el aspecto que
podríamos llamar moral, donde se consideraba que las artes estaban vinculadas con una
especie de conducta desviada, respecto a la función supuestamente natural del amor.
EG: ¿A la sexualidad?
RA: Claro. Ser artista era una desviación moral, insoportable para cierta pequeña
burguesía.
EG: Y al final del juego, eres un artista.
RA: Es como aquel muchacho, que se quedó sin saber tocar piano, pero se volvió
maricón de todas formas. (Risas) En mi caso, yo logré ser pintor, casi por prodigio. Y lo
otro viene sólo. No hay que hacer ningún esfuerzo ni ir a la escuela. (Risas)
EG: Ramón Alejandro, ¿cómo fue esa etapa? ¿En qué año te vas de Cuba?
RA: En 1960.
EG: Prácticamente unos meses después del triunfo de la revolución.
RA: Digamos unos meses antes de Bahía de Cochinos.
EG: ¿Por qué tú, un joven que de cierta manera tenía una vocación humanista y
social, abandona un proyecto incipiente como la revolución cubana? En aquel entonces
ya existían detractores, en su mayoría los batistianos, pero el pueblo apoyaba la
revolución. Sin embargo, tú te vas precisamente en ese momento. ¿Por qué lo haces?
RA: Primero que todo, estaba esa relación difícil con mi padre. Yo empecé a fugarme
de mi casa a los 15 años.
EG: Vamos a puntualizar. Entonces, tu salida del país no es política, sino personal.
RA: Fue personal. Yo me fui de Cuba, digamos siendo revolucionario. Siempre fui
muy nacionalista y apegado mucho a la independencia nacional. Claro, tenía que estar
con la revolución. Lo que pasa que luego a la larga. Bueno, si me meto a contar todo eso
no vamos a terminar nunca. Me di cuenta que había una incoherencia. La incoherencia
vino por este hecho. Yo fui alumno de la Dra. García Tuduri, en el Instituto de la Víbora.
Ella empezó a darnos Lógica y Filosofía. Yo quería estudiar Agronomía, para ayudar a la
Reforma Agraria e irme a la alfabetización de los guajiros, etc., y eso era la parte ética.
Pero luego estaba la parte estética. Y dentro de la estética estaba englobada la pintura de
mi familia materna y lo que empezaba a conocer de la cultura habanera. Porque como me
fugaba de mi casa, caía en medios más cultivados que el mío, y ahí empezaban a llevarme
al teatro, a conciertos, a leer. Vi que había unos horizontes enormes y que en los museos
estaba la pintura que a mí me gustaba. Mi abuelo hacía copias de Velásquez, Tiziano y
Tintorero. Estas copias estaban en su casa. Pero yo me moría por ir a El Prado, ir a los
Uffizi, ir a El Louvre. Esa era la estética. En cierto momento, hice crisis. Era miliciano,
fui a Oriente, al segundo aniversario de la revolución, un 26 de julio, cuando creo que
Fidel declaró la ley de Reforma Agraria, una de esas grandes reformas que llevó a cabo
Cuba. Vi el estado real del país. Yo no salía de La Habana, ni siquiera de la Víbora, y de
repente conocí el estado en que se encontraba el campesinado. Vi a la gente sin dientes,
en harapos. Un día apareció una muchacha muerta en el lecho de un río. De repente me
sobrecogió lo que era la Cuba profunda. Y me dije: Si yo me quedo en este país, esto es
muy violento para mí. Yo lo que quiero es ir a ver El Prado, El Louvre, los Uffizi.
¿Entiendes? Una noche de estas de farra, que me había quedado hasta las 3 de la mañana
bebiendo, en un lugar que se llamaba Saint Michelle. En aquella época cantaban: “Triana,
ay Triana morena, que buena, que buena”. Y todas las locas daban una palmada y decían:
¡Síiii! Luego salí caminando para L y 23, a coger un transporte para ir hasta la Víbora, y
subiendo la loma de La Rampa me preguntaba si iba a vivir adoptando la ética o la
estética. En cierto momento, de adentro de mí salió un grito diciendo: ¡Estética! Yo
escogí el egoísmo. El irme a gozar de Europa y olvidarme de que había nacido en un país
que tenía esos problemas, que estaba en esa convulsión, que en realidad me aterraba.
Porque yo no tenía ninguna formación política. Me había leído El Manual de
Materialismo Histórico, del Dr. Konstantinov, de la Academia de Ciencias de la Unión
Soviética. Me acuerdo que me había convencido absolutamente. Todavía me sigue
pareciendo que el análisis que Marx hace de la sociedad es absolutamente correcto. Las
conclusiones que sacaron de eso son más contestables, pero el análisis de Marx es
impecable. Y me había leído eso. Pero también me había leído el testimonio de un
anarquista, que conoció la guerra de España y escribió un libro maravilloso: Rebelión en
la granja, de George Orwell.
EG: ¿Quién era el grupo intelectual, que de alguna manera te acogió a esa temprana
edad en La Habana? ¿A qué círculos de intelectuales importantes tú tenías acceso?
RA: A ninguno. Ninguno. A los intelectuales importantes los conocí en París.
EG: Todo eso que había en La Habana, en ese momento, ¿no te era cercano en esa
época?
RA: No. para serte sincero. Porque a estas alturas ya no tengo porque decir mentira.
Eran las locas habaneras, que eran cultas pero muy frívolas. Era una cultura muy
superficial, pero muy divertida.
EG: No tuviste en esa época acceso a Lezama o a Virgilio.
RA: No, porque yo era un guajirito de la Víbora. Tú dijiste que era urbana. La Víbora
es casi campo. En aquella época había un guajiro que tenía un conuco y andaba a caballo
por el barrio, con un machete a la cintura. La Víbora era semicampo.
EG: Te marchas de Cuba, en el 60. ¿Y te vas a dónde?
RA: A Buenos Aires.
EG: ¿Por qué vas a Buenos Aires?
RA: Bueno, todo esto es muy largo de contar. Constituye el material de esos libros
que estoy por publicar. Me voy a Buenos Aires porque mi hermana se había casado con
un argentino. Cuando mi mamá murió, yo tenía 9 años, y mi padre se casó con una
alemana. Esta alemana cambió toda la casa. El mundo de mi madre desapareció. La
criada se fue. Mis hermanas se casaron. A mi hermano lo mandaron al norte, a estudiar.
EG: Tu hermano viene a los Estados Unidos.
RA: Sí, lo mandan a estudiar y se convierte en un gran economista, profesor de Yale,
con una cátedra de por vida antes de los 30 años. Papá no se podía deshacer de mí,
porque yo era muy joven. En el momento que le confesé que me quería ir de Cuba, no le
dije que quería salir de su casa. Lo que quería era deshacerse de mí. Me preguntó que si
quería irme con mi hermana a Buenos Aires, y le dije que sí. Pero ella no me podía
entender y enseguida nos peleamos. Además caí preso, porque me enamoré de un
anarquista.
EG: ¿Dónde? ¿En Buenos Aires?
RA: En Buenos Aires, en la Escuela de Bellas Artes.
EG: ¿Fuiste a estudiar pintura a Buenos Aires?
RA: Bueno, no. Fui a Buenos Aires y me puse a estudiar pintura, que era lo que
quería hacer. Yo era una papa caliente. En la escuela a la que fui conocí a ese anarquista.
Yo nunca había visto gente de origen italiano, y aquellos ojos florentinos me
encandilaron, porque en Cuba no existe emigración italiana. Los cubanos tienen los ojos
redondos, como los españoles, pero los italianos no. Los italianos tienen esos ojos
increíbles. Y resulta que el muchacho era anarquista. Me llevó a una reunión y caímos
presos inocentemente. Y aquello fue un bu-ru-ru enorme. Hasta el cónsul cubano se tuvo
que exilar. En la prensa salió que yo estaba montando guerrillas, un cubanito que
cogieron con unos anarquistas en el barrio Avellaneda.
EG: ¿Qué tiempo viviste en Buenos Aires?
RA: En Buenos Aires mi hermana me botó de la casa y me fui a Uruguay. Ella me
dijo: Te tienes que ir del país, porque ella era mi tutora, ya que yo era menor. Entonces
me fui a Uruguay, y de ahí a los carnavales de Río, donde me divertí muchísimo, conocí a
tanta gente.
EG: ¿Qué tiempo duró este periplo sudamericano?
RA: Dos años y medio maravillosos.
EG: ¿Y de qué vivías? ¿De qué comías?
RA: De mi cinturita de mimbre.
EG: Oh, my God.
RA: Yo era muy bonito y tenía labia.
EG: ¿Tú sientes que en algún momento fuiste prostituto?
RA: No, yo nunca pedía, no tenía necesidad, la gente me protegía.
EG: Pero de alguna manera…
RA: Suscitaba el instinto maternal y paternal de la gente. Hasta que pasé los Pirineos
no conocí la necesidad, porque subvenían mis necesidades espontáneamente, por
suscripción popular.
EG: Y tú para corresponder a eso, ¿qué tenías que hacer?
RA: Me dejaba querer. Y leía y hacía grabados, etc.
EG: ¿Cuándo llegaste a Europa?
RA: A los 20 años.
EG: ¿Adónde llegas?
RA: Cumplí 20 años en los carnavales de Bahía y me embarqué en Río en un barco
de una travesía de 15 días, atravesando el Ecuador, con unas tormentas increíbles, y la
isla de Madeira. Llegué a Barcelona y ahí me fui directo a Madrid y a El Prado. Fue
maravilloso descubrir Europa.
EG: ¿Cuándo pasas a París?
RA: Ahí tuve otra vez que tomar una gran decisión. Resulta que papá había desertado
del ejército español, cuando la guerra de Marruecos. Pero de todas maneras, siendo yo
hijo de español, tenía derecho, a la ciudadanía española. Pero era la época de Franco, y
tenía que hacer el servicio militar. Si me quedaba en España, tenía que hacer el servicio
militar, en un país donde no conocía a nadie. Mis primos estaban en Asturias, y papá no
quiso que entrara en contacto con ellos, porque se avergonzaba mucho de mi manera de
ser. Me di cuenta, que no quería vivir en España. Habían dos o tres cosas que me
molestaban, y decidí irme para Francia. Cuando me iba a ir, la policía me paró, diciendo
que no me podía ir, porque tenía 20 años y derecho a la ciudadanía española, un derecho
que no quería y tenía que renunciar formalmente ante la policía. ¿Dónde hay que
renunciar? ¿Díganme lo que tengo que decir? Déme el texto que yo lo firmo. Les dije,
renuncié a la ciudadanía española y me dejaron ir para Francia.
EG: Y llegas a Francia y te recibe alguien.
RA: Nadie. Yo llevaba 25 dólares y no hablaba francés.
EG: Ahí comienza tu vida de extranjero en Francia.
RA: Ahí fue más difícil, pero mira, aquí estoy y tengo un apartamento maravilloso.
La vida provee. Los cristianos llaman a eso La Divina Providencia.
EG: En Francia, tú te reúnes, vas encontrando poco a poco, un grupo de intelectuales
que estaban allí, como Severo Sarduy.
RA: Severo Sarduy había salido con una beca, para estudiar periodismo en Italia.
Pero conoció a un turista, en la sala de la Capilla Sixtina, viendo la pintura de Miguel
Angel, que era el director de las Ediciones Seuil. Se lo llevó para París y Severo se abrió
camino allí.
EG: ¿Qué grupo? Néstor Almendros, Severo Sarduy.
RA: Estaban Jorge Camacho, Roberto García York, Gina Pellón y Joaquín Ferrer.
EG: ¿Se trata de un grupo de intelectuales cubanos, que se constituye en París?
RA: Estaba la Casa Cuba. Era una institución, regalo de una de las Abreu, que habían
hecho un edificio maravilloso. Y ahí se reunían espontáneamente los cubanos.
EG: ¿Tú llegaste a vivir ahí?
RA: Ahí yo iba. Yo conocía a García York, quien me llevaba allí. Es en ese lugar
donde conocí a Néstor.
EG. Ese conjunto de intelectuales cubanos, que coinciden en esa época en Francia,
¿qué legado tú crees que dejan a la cultura cubana?
RA: Muy diferente cada uno de ellos.
EG: ¿Hay un denominador común?
RA: El mismo que guió a Amelia Pelaez, Lydia Cabrera, Carlos Enríquez y Víctor
Manuel. ¿Qué intelectual cubano no ha llegado hasta allí? Los que no llegaban era porque
no podían. Pero todos tenían la ambición. Julián del Casal soñó con llegar a Francia, y
tenía aquella carta de Verlaine. La capital cultural latinoamericana era París, por defecto
de la península. La península española no podía asumir el liderazgo cultural. Y fue
Francia quien nos lo dio, fue la madre.
EG: ¿Tú tomas conciencia de Cuba estando en París? ¿Te vuelves cubano en París?
RA: No, yo siempre la tuve. Yo siempre sentí a Cuba muy fuerte. Y siempre le tuve
mucho miedo. Porque Cuba es un país al cual es legítimo tenerle miedo. Es un país muy
fuerte.
EG: ¿Cuál es tu reacción cuando te comienzan a llegar las noticias de que en la isla se
están produciendo cambios muy radicales, muy fuertes?
RA: Bueno, yo vi los primeros.
EG: Sí. pero lo que viene después. ¿Cómo tu vas canalizando y asimilando eso?
RA: Tuve que resolver primero esa dicotomía, que existía en mi, de mi apego
afectivo a la revolución, por una parte, y mi egoísmo por la otra, que me hacía preferir
andar en libertad, culipandeando, para utilizar una palabra popular. Después que estuve
preso en Argentina, me di cuenta que resultaba peligroso. Pero tampoco yo sentía ningún
resentimiento contra la revolución, porque nunca sufrí en lo absoluto. Luego, me fui
enterando de los errores, los llamados errores de la revolución, y creo que el más grande
fue la nacionalización de las empresas pequeñas.
EG: En 1968. La ofensiva revolucionaria.
RA: Y coincidió en el plano internacional con el apoyo de La Habana a la Unión
Soviética durante la invasión de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia. Entonces ahí
ya me enfrié un poco, sin que mi amor por Cuba se terminase. Me di cuenta que la
revolución era problemática. Después vino el Caso Padilla y mis amigos, Néstor
Almendros, etc., se opusieron al sistema. Severo no, Severo nunca estuvo contra la
revolución.
EG: Tampoco visitó Cuba nunca.
RA: Severo tenía mucho miedo. Estaba bajo la férula de su amigo, François Wahl,
que lo moldeaba mucho. Néstor sí era muy opuesto a la revolución. Tuvo problemas con
Alfredo Guevara.
EG: Por PM.
RA: Sí, por muchas cosas. También está Guillermo Cabrera Infante, después que
abandonó Cuba, porque murió la madre y dejó el puesto en la Embajada de Bélgica.
EG: ¿Llega a vivir en París Cabrera Infante?
RA: No. A él nunca le gustó Francia, pero pasó por París. Hubo momentos en que
Néstor quedó muy herido, porque Guillermo no lo quería ver. Cuando Guillermo estaba
con el régimen.
EG: Pero después poco a poco se unieron, ¿no?
RA: Pero mucha gente en Cuba le hizo la guerra. Luego se hicieron amigos de él.
Néstor era bastante generoso.
EG: En esa época, ¿tú coincides en la Embajada cubana en París, con el agregado
cultural, Alejo Carpentier?
RA: Sí, sí. Incluso, yo asistí a una fiesta en la embajada.
EG: ¿Conociste a Carpentier? ¿Hablaste con él?
RA: Le di la mano, estaba ahí en su trono.
EG: ¿Tenía un peso específico en la cultura francesa?
RA: Era muy respetado
EG: ¿Por la gran intelectualidad francesa?
RA: Por la calidad de su literatura.
EG: Estamos hablando de figuras de gran peso, como Sartre, Simone de Beauvoir.
RA: Para mí, Carpentier tiene más peso que ellos.
EG: ¿Tú crees?
RA: Sí, sí.
EG: Esto es interesante, y él lo decía. El mismo Alejo lo decía. Un intelectual francés
sabe de Francia y de la cultura occidental. Un intelectual latinoamericano tiene que tener
ese mismo nivel de conocimiento sobre esos temas, pero además debe conocer a
profundidad su cultura de origen.
RA: La madurez, digamos, de la sensibilidad de Carpentier, es muy superior, que la
de los otros, podríamos decir, por ejemplo, Sartre. Era un escritor también, pero la obra
de Sartre no tiene esa calidad.
EG: A pesar de esa vida que tú has llevado, libertina, díscola, con hipérboles y llena
de matices, conoces a una muchacha. De la cual te enamoras y te casas, y con la que
tienes 2 hijos.
RA: Eso fue más tarde. Cuando mi pintura empezó a tener éxito, en parte por un texto
escrito por Roland Barthes.
EG: ¿Qué determina el éxito de tu pintura? ¿El texto de Roland Barthes?
RA: Creo que eso ayudó mucho. Era la novedad. Nadie pintaba así en esa época. Mi
pintura es muy diferente a todo. En aquel momento llamó la atención, porque era el
momento de la abstracción.
EG: Yo me siento un privilegiado, por tener varias obras tuyas.
RA: Bueno, no sé. Me parece normal.
EG: Me sigo sintiendo un privilegiado.
RA: Es que el gusto por la pintura hoy es una cosa muy cómica. Es ridícula. Es decir,
muy poca gente tiene una sensibilidad directa con la pintura. Necesitan pasar por un
discurso. Yo nunca me tragué eso. Yo viví todo ese teque de vanguardia, un poco
paranoicamente, como una conspiración para quitarme el gusto de dibujar y pintar. No
me dejé quitar el juguete. Eso está muy bien, bla, bla, bla. Inclusive el texto de Roland
Barthes, yo no lo tomé en serio. Me lo hizo porque era amigo suyo, y porque le vio
interés a mi pintura, porque era muy novedosa. Y Barthes sabía distinguir la novedad.
Sucedieron muchas cosas. Yo nunca he planificado nada, todo me sale.
EG: Tú terminas siendo un autodidacta.
RA: Yo no pude ir a la escuela. En Buenos Aires se interrumpió a los pocos meses,
por unos cuentos que son un poco penosos de contar. Me dieron una patada en el fondillo.
Me sacaron de la escuela. Pero todo eso es muy largo. Imagínate, de digresión en
digresión, me puedo pasar una semana aquí hablando. Fundo el micrófono.
EG: ¿Cuándo conoces a la que sería tu esposa?
RA: Mi mujer, sí. De repente, fui a una fiesta de cumpleaños. Ella cumplía 23 años,
me abrió la puerta y desde ese día no nos separamos. Los 18 años que vivimos juntos,
hasta que murió.
EG: Tú enviudas. Y te quedas con 2 hijos.
RA: Y me quedo con dos chiquitos, sí. Eso fue lo que me decidió venir a Miami,
porque yo tenía muchas ganas de venir a Miami, por curiosidad. Para conocer a Cuba,
hay que conocer a Miami. La quinceava provincia, ¿no?
EG: Vienes a Miami.
RA: Vine aquí.
EG: Aquí es donde te conozco.
RA: Aquí fue muy importante para mi trabajo. Vi las nubes estas que suben. Mira,
acabo de llegar y estoy maravillado con la vegetación de esta ciudad.
EG: Pero unos años después, como que te hartaste. Yo te veía y hablaba contigo con
frecuencia. Tú estabas harto de esta ciudad.
RA: ¿Tú sabes porqué? Porque en realidad lo que yo estaba buscando era volver a
Cuba. De Miami, empecé a ir a Cuba en el año 2000. Y cuando de verdad volví a Cuba,
la Cuba de verdad, me di cuenta de la Cuba de pacotilla de Miami. Esto es otra cosa. Por
otra parte, muy interesante. A mi me interesa mucho Miami, pero no es Cuba.
EG: Cuando tu regresas a Cuba, 40 años después de haberte marchado. Desde Miami
además. ¿Cuál fue el impacto?
RA: Yo había hecho tentativas anteriormente. En Puerto Rico y España. Ninguna de
esas cosas es Cuba.
EG: ¿Cómo fue el impacto con Cuba?
RA: El impacto es que no me quería ir. Me quería quedar. Lloré el día que me iba.
Como si el resto de mi vida no la hubiera vivido fuera de la isla, como si no me hubiera
casado y hubiera tenido hijos. Volví a tener 17 años.
EG: ¿Qué fue lo que más te impactó?
RA: Los olores. La inmediatez sensual. El diente perro, las matas. Una mata que hay
en un parque, en la esquina de Figueroa y San Mariano. Un árbol importado de la
Guayana, pero que se da muy bien en Cuba. Cuba para mí es un cuerpo. Es mi cuerpo, es
el cuerpo. Las primeras percepciones. Yo sigo atado a eso, y además el entorno cultural.
La manera en que se relaciona la gente. Las miradas. La mirada del cubano no es la
misma mirada de afuera. El cubano tiene una gama de miradas que constituyen un
lenguaje corporal.
EG: ¿Tú hablas del cubano de la isla o del cubano en general?
RA: El cubano en general y el de Cuba no se diferencian. El que sale adopta otras
cosas y aprende otras cosas, pero muy raro son los que pierden esa sustancia que te da la
inmediatez. El cubano tiene un molde muy fuerte, es lo que te digo. La cultura cubana es
muy fuerte.
EG: En esos viajes, ¿ya comienzas a interrelacionarte con los intelectuales cubanos?
RA: En Francia ya yo conocí a los intelectuales cubanos. A Guillermo Cabrera
Infante, a Reinaldo Arenas. También conocí a Miguel Barnet en Francia, y a Pepe Triana.
Pepe Triana se exilio también. Barnet, que es una personalidad muy compleja, muy
fuerte, nunca. Un gran creador, porque ha hecho cinco novelas maravillosas. Hay muy
pocos autores que tú puedes decir que cinco novelas son buenas.
EG: Volviendo a tu relación con la cultura cubana, cuando yo llego a Miami, en el
año 2000, una de las cosas que comienzo a escuchar, y que ya se han cansado de
repetirlo, es que en Cuba el patrimonio cultural de la nación había sido vendido,
exfoliado y sacrificado. Tú, que has visto, tú que no eres comunista y que no tienes otro
compromiso que con tu propia conciencia, ¿qué tú le dices a quienes opinan que el
patrimonio cultural cubano ha sido exfoliado?
RA: Que me enseñen en donde está.
EG: ¿Qué has visto tú en Cuba, en cuanto al valor patrimonial del país?
RA: Todas las piezas fundamentales de la pintura cubana están en el Museo Nacional.
EG: ¿Consideras que es un museo de primera categoría mundial?
RA: Sí, sí.
EG: ¿Está conservado como un museo de primer nivel en el mundo?
RA: Sí, como no. Es extraordinario. Yo he ido con extranjeros, yo he ido con
europeos, que conocen muy bien la pintura, y se quedan maravillados. Y se preguntan
cómo un pequeño país ha dado esa cantidad de pintores, y con esa calidad. Hay 30
pintores extraordinarios ahí. Y están muy bien representados. Y mira, yo voy a Cuba para
hacer esos proyectos con Mayito, el de los refrigeradores, y ahora tenemos uno de
banderas. Es que hay una actividad constante. Hay gente que se le ocurre cosas. En
Francia no se le ocurre nada a nadie. Ese es el problema. Hay lugares que producen y hay
lugares que consumen. Cuba produce mucho. Se inventan cosas. No hay medios, pero se
buscan, aparecen.
EG: ¿Cómo valoras tú la relación entre los cubanos que vivimos fuera y los que viven
dentro y las trabas que existen relacionadas con esos vínculos?
RA: Creo que es cosa del pasado. Malentendidos del pasado. Yo creo que hay que
relajar la cosa. Cada vez tiene menos sentido esa bobería. En la medida que el mundo va
por un camino muy, muy peligroso, y que la isla parece ir por un camino cada vez más
hacia el buen sentido común. Es decir, el mundo exterior está en delirio. No tengo que
ponerme a explicarlo. Pero todos sabemos que la cosa está tan mal afuera, que adentro de
la isla, por muy mal que hayan ido, no pueden ir más que mejorando. Y se siente una
voluntad de mejoría. El cansancio de la población, más la toma de conciencia de la élite
gobernante, que está evolucionando a gran velocidad, en el sentido de un humanismo más
amplio, de una rectificación de errores, que bueno, esa palabra ya se usó en los años 80,
pero esta vez ya se ve más concreta.
EG: En la actualidad, ¿tú te sientes un hombre que está junto a los proyectos sociales
y culturales, y los proyectos humanistas que se emprenden en el país?
RA: Cada vez más. No sólo en Cuba, sino en todo el mundo. Estamos en una etapa de
toma de conciencia muy fuerte. Vamos a la catástrofe si no lo hacemos. Desde que se
disolvió la Unión Soviética hasta hoy, el mundo no ha hecho más que degenerar, desde el
punto de vista social y humano. Las guerras son cada vez más absurdas. La diferencia
entre ricos y pobres es cada vez más grande. Y esto produce una contracorriente, de
acuerdo a la dialéctica histórica, que hace que cuando se va mucho hacia un lado, luego
se marcha hacia el opuesto. El egoísmo de los ricos está llegando a tales extremos que
volvemos al siglo XIX, que fue el que provocó las revoluciones del siglo XX. Estamos
yendo al extremo en el cual el egoísmo provoca de nuevo la rebelión. Eso es lo que en el
siglo XVIII produjo la Revolución Francesa, produjo la Comuna. Es decir, siempre los
pudientes, por esa dinámica propia de la avaricia, no saben que llega un momento en que,
como dice el refrán: la avaricia rompe el saco. ¿Qué hizo Roosevelt? Empezó a repartir.
La economía americana es hoy lo que es, gracias al reparto que hizo Roosevelt. Llega un
momento en que lo pudientes tienen que darse cuenta que, por su propio interés, hay que
repartir. Porque si no se asfixian ellos mismos. Asfixian a la población, y la población no
puede ser cliente de lo que ellos producen. Bueno, lo que pasa que tenemos hoy lo que se
llama el complejo militar-industrial, que lo que producen es muerte, asesinatos y
violencia. Entonces le interesan todas estas guerras imperiales.
EG: ¿Cómo se ve, desde tu Torre de Eiffel, a la actual administración
norteamericana?
RA: Yo creo que igual que la ven los norteamericanos inteligentes. No se sostiene por
parte alguna. El reino del egoísmo, la mezquindad y la avaricia. Del quitate tú para
ponerme yo. Es decir, la bestialidad.
EG: ¿Cómo ves tú, como cubano, las decisiones tomadas por los representantes
políticos del sur de la Florida, que tuvieron la consecuencia de que el presidente Bush
estableciera restricciones a los contactos entre cubanos, y que limitara incluso la ayuda
que podemos mandar a nuestros familiares y amigos en la isla?
RA: Eso muestra la distancia que los separa de la realidad del pueblo. Son gente que
está encerrados en una idea completamente abstracta de la cuestión. Primero, ellos son
americanos. Ellos no son cubanos.
EG: O sea, ¿tú consideras que Lincoln, Ileana y Mario, de cubanos nada?
RA: No, en ellos prevalecen los intereses de Estados Unidos.
EG: Pero es que aún así, desde ese punto de vista, también actúan en contra de lo que
constituyen los mejores intereses de Estados Unidos.
RA: Porque son muy poco inteligentes. Digamos que no son gente brillante. Habría
que medirles el coeficiente intelectual, sobre todo a los Díaz-Balart. Yo creo que nos
quedaríamos sorprendidos si lo vemos escrito en un papel. Debería realizarse una
encuesta en este sentido.
EG: ¿Tú no serías de los pintores que va y le donan un cuadro a Díaz-Balart?
RA: Qué va. Por favor.
EG: ¿Ni se lo vendes?
RA: Bueno, que se lo compre a uno que me lo compró a mí. Yo no trato con todo el
mundo.
EG: Ramón, vamos a un punto importante. Tú has devenido un escritor, un novelista,
en un hombre que escribe. Pero escribes además como si no hiciera falta que fueras pintor
para sobresalir. Ahora estás sobresaliendo como un gran escritor. Con el don de escribir,
como si lo hubieses hecho toda la vida ¿No te parece eso excesivo, o es que hay por ahí
otra persona que escribe y tú firmas?
RA: (Risas) Ojalá, porque me cansa mucho la vista.
EG: ¿Cómo te viene esta vocación? Los pintores generalmente viven sumergidos en
su mundo interior, al igual que ocurre con los músicos. ¿Cómo un pintor de tanta obra y
tanto poder expresivo logra una equivalencia en la literatura?
RA: Mira, Carlos Enríquez también lo hizo.
EG: Logró destacarse mucho en la pintura, pero la literatura de Carlos Enríquez no
resulta importante. Forma parte del adorno al personaje, o a la personalidad de Carlos
Enrique, pero no es un gran escritor. Tilín García no es una gran obra.
RA: A mí me gusta mucho. Lo que pasa es que Carlos Enríquez no se lo tomó en
serio.
EG: Estamos hablando del resultado de la obra, más allá de la voluntad del creador.
En tu caso hay una obra de valor.
RA: Todavía es muy pronto para decirlo Edmundo. Te agradezco mucho tus elogios.
EG: Es que yo he leído tus textos, y ahí están.
RA: Lo que me pasa es que a mí siempre me ha gustado mucho la literatura. Me
enamoro de las obras literarias. Me enamoro de los autores por los libros. Y últimamente
lo que más me sacudió fue leer la obra de Pedro Juan Gutiérrez.
EG: ¿La Trilogía sucia de La Habana?
RA: Sí, y lo demás.
EG: Dice Miguel Barnet que algunos lo ven como una especie de Bukowski, ¿tú lo
ves así?
RA: Yo lo veo como un Curzio Malaparte, el autor de La piel y Kaputt. Es un Curzio
Malaparte. Y con algo de Camus y de Hemingway. Es un tipo muy único y muy fuerte, y
que tiene un existencialismo vitalista. El no es un pesimista. El es un vitalista. A mí me
gusta mucho.
EG: ¿Y quien te lleva a la literatura es Pedro Juan?
RA: No que me lleva. Es decir, el que me sacudió. Porque cuando leyó mis cosas me
habló de tal manera. Es decir, inclusive me hizo un prólogo para el libro que yo
publicase. Y eso me dio un ánimo enorme. Porque alguien al que yo admiro tanto me
tomase en serio. Yo tenía un problema, un complejo. Esa autocensura de no querer ser
pintor y escritor a la vez. Pero finalmente a mí me interesa casi más la literatura que la
pintura. Sin embargo, la pintura es un oficio que te hace ganar muy bien la vida, mientras
que la literatura es muy dura para quien la escribe.
EG: Bueno, la sabes tú, que además has editado a escritores.
RA: Yo publiqué un libro que se llama Pura Pérdida, y para mí la literatura es
pérdida. Yo siempre he perdido dinero. Yo con todos los poetas que he publicado he
perdido dinero. Publiqué a Ponte, a Díaz de Villegas, a Lizárraga. Publiqué a mucha
gente y perdiendo dinero. A Lorenzo García Vega. Yo he perdido mucho dinero
publicando. Y ahora, estoy haciendo un libro con Pedro Juan Gutiérrez, que también…
Bueno, no sé. Porque a lo mejor… Veremos. Pero a mi no me importa perder el dinero. El
dinero está hecho para usarlo. Y una manera de usarlo es perderlo. Además, lo que no
perdemos lo vamos a perder a la larga.
EG: ¿Cómo están tus amores con Zoé Valdés?
RA: Ah bueno, el problema de ella es conmigo. No yo con ella.
EG: ¿Cómo es el problema de ella?
RA: El problema es ella. Lo que pasa es que se le acabó su cuarto de hora, y no sabe
cómo hacer para prolongarlo artificialmente. Es una muchacha que hizo una novela, muy
interesante, La Nada Cotidiana. Y después ha sido tan viva. Además, ella surfeó encima
de la ola surgida cuando los intelectuales europeos empezaron a criticar abiertamente a la
revolución cubana. Ella se montó en su tablita y surfeó sobre eso. Y tuvo mucho éxito
personal.
EG: ¿Y ahora?
RA: Lo que pasa es que esa ola ya se calmó. Porque Cuba resistió. Finalmente, la
revolución cubana es un hecho inevitable. Ya se hizo. Habrá gente que quiera echarla
para atrás, pero ya está hecha. De ahora en adelante, vamos a ver qué pasa y qué se hace.
Pero eso ya no motiva a nadie. Y ella sigue con la matraquilla, dándole a la manigueta, a
ver si eso da un poco más. Lo que ocurre es que en la vida las cosas pasan.
EG: ¿Y el enfrentamiento contigo en la Casa América en Madrid?
RA: Ah bueno, eso fue por gente que van y le dicen cosas. Y como ella es tan
paranoica. Se siente muy débil. Siente que ha perdido público. Sus libros ya no se
venden. Cometió un error: se fue de Actes Sud, que como es una pequeña casa, mete
mucho capital para promoción. Tú sabes que la literatura es una industria hoy. Entonces
hay casas que invierten en sus escritores. Actes Sud invirtió mucho en su obra. Pero ella,
por vanidad, se creyó que era una gran escritora, una clásica, y se fue para Gallimard.
Pero Gallimard no empuja, porque sus autores se venden solos. Y como no la empujan,
pero ella no es Céline, ni es Gide. Esta en un momento difícil.
EG: Hay un hecho que tú conoces. Yo he tenido discrepancias, incluso lo he dicho
públicamente y tengo una posición muy crítica hacia el proyecto de la revista Encuentro
y de todo lo que significa esa publicación. Y tú conoces algunas de las personas que allí
están. ¿Cuál es tu opinión actual sobre Encuentro?
RA: Mira, a mí me parece siempre interesante la propuesta. Hay un muchacho, que
yo publiqué también, que se llama Antonio José Ponte, que está allí ahora. Que es un
muchacho muy inteligente y yo tengo mucha confianza en él.
EG: ¿Se va a quedar en España?
RA: Sí, él se quedó ya. Estaba muy descontento en Cuba y lo dejaron salir y está
contento en España, yo creo.
EG: ¿Y tú crees que es legítima la función de Encuentro?
RA: En grosso modo, yo creo que ha sido positiva a la larga. Yo creo que hay que
decir. No hay que tener miedo a decir. Luego cada uno tiene que poder tener la capacidad
de interpretar y utilizar esa información. Pero todo lo que sea publicar ideas es bueno.
Incluso si las ideas son malas. Esa es mi opinión. Yo soy muy libertario en eso. Yo no
creo que la censura sea de ninguna utilidad. Yo creo que hay que dar rienda suelta a la
información.
EG: ¿Y tú no sientes que en sus secciones informativas son muy selectivos?
RA: ¿Qué dirigen la información más o menos? ¿Pero quien no Edmundo? Todo el
mundo dirige la opinión.
EG: ¿Tú a veces no la ves como una muy selectiva punta de lanza contra todo lo que
sea parte de la nación cubana dentro de Cuba?
RA: No tanto, no tanto. Sí, está dirigida contra la inteliguentsia comprometida con el
régimen. Es crítica hacia la revolución. Pero yo no veo que eso haga daño. Yo no creo
que Cuba esté afectada por la libre expresión de los que están afuera, ni inclusive los que
están adentro, que hoy en día cada vez dicen más lo que piensan. En Cuba los de adentro
ya no se esconden. No tienen porque esconderse. Yo creo que la libertad de expresión no
hace daño a nadie. Es mi parecer. Y yo creo que inclusive la inteligencia de la dirigencia
cubana hoy en día está en dejar hablar con más libertad. Es decir, en dejar que la gente se
exprese con más libertad. Es lo que yo veo en Cuba. La gente en Cuba no esconde lo que
piensa. Yo diría que la gente de afuera está más al tanto de no perder prenda que los de
adentro. Los de adentro son más descarados en su expresión. Justamente al estar en un
régimen de gratuidad. El intelectual en Cuba es un privilegiado. Los pintores cubanos son
privilegiados. Y se dan cuenta. Mira, lo que me dijo mi tío, que como pintor jamás podrás
ganarte la vida en Cuba. Mira hoy es en Francia donde no puedes ganarte la vida. En
Cuba los pintores se ganan muy bien la vida. A todos los niveles.
EG: Ramón, cuando tú vivías en Miami me decías que te ponías a pintar y que te
gustaba escuchar a Ninoska. Explícale a los oyentes por qué tú escuchabas a Ninoska
mientras pintabas.
RA: No me acuerdo de ese pasaje. Yo escuchaba mucho a Agustín Tamargo también.
Chico, justamente porque hay que entender: Por qué ponerse bravo cuando uno no está de
acuerdo con lo que están diciendo. A mí, al contrario, me interesa que digan cosas que yo
no pienso. A mi me da real placer escuchar proposiciones opuestas a mi pensamiento. Por
que me hacen pensar. Me hacen cuestionarme y revisar lo que pienso. A mi me interesa
mucho la opinión del contrincante. A mi no me hace sentir mal que otra persona no
piense como yo. Yo tenía un amigo que quería mucho, que ya murió, que una vez me dijo
que no podía estar sentado a la mesa con una persona que no pensase como él. Yo le dije:
Bueno, imagínate tú, qué problema. Carlos Victoria, que yo quiero mucho y que era una
gran persona. Pero mira, tenía esa limitación. Decía: No puedo estar en una mesa donde
hay cuatro personas que piensan cosas diferentes. Yo, sin embargo, no tendría ningún
problema en sentarme a la mesa con Zoé Valdés.
EG: ¿Qué opinión tienes de las opiniones, de las transformaciones que Mariela Castro
está encabezando?
RA: Eso está muy interesante. Hace rato ya. Es muy interesante. Mira, es una de las
cosas paradójicas.
EG: Y tu opinión sobre las transformaciones en la sociedad cubana. ¿Ya tienes una
idea determinada al respecto?
RA: Se trata de algo muy curioso. Voy ahora a Cuba. Después de México, voy a
pasar por Cuba antes de volver a Francia. Y estoy muy curioso de ver. Ya por teléfono
me dicen los amigos que están contentos de ir a los hoteles y a los lugares que antes eran
privados.
EG: Pero más allá de eso. ¿Ves una proyección, crees que se proyecta un mejor
futuro?
RA: Mira, lo más interesante son las cosas que ha dicho Raúl sobre las reformas
dentro de la agricultura. Yo creo que el verdadero punto débil de la revolución
actualmente es la ineficacia de la producción. Lo mismo que dice Raúl. Es decir, el
gobierno cubano tiene que encontrar una manera de poner a producir ese 80% de la tierra
que está sin utilizar. Cuba no tiene por que importar alimentos. Y la revolución tiene que
asumir esa responsabilidad de encontrar una fórmula en que, sin abandonar el socialismo,
puesto que no lo quieren abandonar, y puesto que tampoco hay que abandonarlo…
EG: ¿Tú recomendarías que abandonaran el socialismo?
RA: No, no. En estos momentos, no. ¿Para qué? ¿El capitalismo salvaje?
Decididamente no. Hemos vuelto atrás. Estamos en el siglo XIX. En Latinoamérica hay
niños trabajando en las fábricas, que fue lo que denunció en el siglo XIX Marx. El
capitalismo ha ido para atrás. Se ha salvajizado. En Francia hay un capitalismo
inteligente, que le sale muy caro. Pero que la calidad de vida se paga. Es decir, ¿para qué
tú quieres el dinero si no es para vivir bien? Primero hay que vivir bien. En eso sí el
socialismo tiene razón. La calidad humana, el respeto al individuo. La importancia de la
educación. La importancia del ocio, de la cultura. Eso es lo importante. Acumular capital,
¿para qué?
EG: Y esos valores de los cuales tú hablas en Cuba, el tema de la salud, la educación,
la seguridad social, ¿tú estás conforme con los niveles que existen?
RA: Pueden ser mejores. Lo podrían financiar con una agricultura pujante, como
puede ser en Cuba si le dan al campesino capacidad de desarrollarse económicamente. Es
decir, hay que crear una nueva clase, una pequeña burguesía, que el campesinado es ideal
para eso. Si el campesino aumenta su nivel de vida, por su trabajo legítimo, alimentando
la nación y haciéndola independiente. Es lo que están haciendo ahora en Roma. En Roma
está la reunión de la FAO, en la cual lo más novedoso que se está planteando es que cada
país se vuelva independiente en la alimentación. Han llegado a una conclusión que todo
el mundo sabía desde antes, que hay que producir lo que uno come.
EG: Y en esta reunión, una de las cosas que Cuba está forzando es que sea condenado
cualquier tipo de embargo.
RA: Claro, pero eso es una salvajada. Por supuesto, nadie está de acuerdo con el
embargo, excepto los tres representantes del pequeño y exiguo sector de gente que tiene
una edad muy avanzada y que tiene la testarudez de seguir cometiendo un error que no
hace más que darle fuerza a la revolución. Es decir, la actitud paródica de ese exilio
vertical es que sus miembros son los que más sirven los ideales revolucionarios. Es la
dialéctica. La mayor fuerza de la revolución cubana es la poca calidad intelectual de sus
enemigos, quienes nunca han logrado tener una política inteligente. El embargo es una
estupidez. Ellos lo sospechan, pero no lo quieren saber. Entonces se empecinan en
mantener una política que no hace más que fortalecer al régimen. Vaya, no fortalecer sino
enquistar en sus posiciones más extremas. Si no hubiera ese exilio, el régimen cubano
sería más suave.
EG: ¿Cuáles son las cosas que más dolor te han causado en esta vida?
RA: La muerte de mi hijo.
EG: ¿Qué se siente?
RA: No se puede decir con palabras. Es un choque brutal.
EG: ¿Eso es algo que nunca se puede superar?
RA: Superar sí. Nunca se puede olvidar. Es decir, yo trato de sacar fuerza de la
desgracia. Se puede hacer. Tú sabes que yo soy budista. Y uno se levanta del mismo
suelo donde cae. Es decir, la desgracia es inevitable.
EG: Yo estaba aquí cuando ocurrió. Yo estaba cerca de tí. Me enteré a las pocas horas
y sé que fue muy contundente.
RA: Pero bueno, yo creo que yo he reaccionado positivamente. Tuve que empezar a ir
a un sicoanalista y todo eso. Lo cual me ha hecho mucho bien. Y en cierta manera me ha
hecho más valiente. Es decir, después de eso no le tengo miedo a nada. Mira, uno no sabe
por qué las cosas suceden. Lo que hay que tener la actitud de sacar provecho de todo lo
que suceda. Y la desgracia es inevitable. Venimos al mundo para gozar y para sufrir. Tu
no puedes coger el postre y dejar la ensalada. Te tienes que comer la ensalada con el
postre.
EG: Ramón, tú eres un pintor muy cotizado.
RA: Bueno, pero a mí todavía no me alcanza el dinero.
EG: Para comprar cualquier “bobería tuya”, incluso un simple trazo, hay que pensar
en un número y cuatro ceros.
RA: Tienes razón, pero así y todo no me alcanza.
EG: Muchas gracias por conceder esta entrevista para los oyentes de La Noche se
Mueve.
RA: No, gracias a tí.

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