Edmundo García
(www.latardesemueve.com / @edmundogarcia65)
En la edición de este martes de nuestro programa “La tarde se mueve”, el copresentador Eddie Levy refirió un importante artículo publicado el pasado 2 de marzo en la revista The Nation que trata sobre el destino que ha tocado a buena parte de los miembros más experimentados del periodismo en los Estados Unidos. El trabajo es de la autoría de Dale Maharidge (Columbia University) y se titula “These Journalists Dedicated Their Lives to Telling Other People’s Stories. What Happens When No One Wants to Print Their Words Anymore?” Es decir, resumiendo: qué pasa en Estados Unidos con los periodistas que después de dedicar su vida entera a esa profesión, no encuentran sitio para seguir publicando.
La respuesta es triste; a juzgar por lo que dice el artículo en The Nation y también por lo que hemos visto en las noticias nacionales y observado de cerca en Miami.
Maharidge confiesa que mientras investigaba la situación de periodistas separados de su trabajo, recordó la obra “Death of a Salesman” de Arthur Miller; porque la pérdida del empleo puede implicar la dislocación del sentido de la realidad, sobre todo cuando se alcanzan los 60 años.
En la vida laboral en Estados Unidos, de los periodistas en este caso, existe un momento difícil que comienza en la misma cúspide de sus facultades y se sienten listos para dar lo mejor de su experiencia; mientras que los gerentes económicos de la empresa han empezado a pensar precisamente en lo contrario, en cómo deshacerse de ellos, distanciándolos o cambiándolos por un joven dispuesto a trabajar por un salario menor, con el mínimo de beneficios.
Muchos veteranos del periodismo norteamericano han tenido que convertirse en trabajadores de oficinas, en correctores sin voz de los nuevos “periodistas estrellas” o intentar con la opción de “freelancer”; que lo único que tiene de “libre” en el capitalismo de hoy es la “caída”.
Para salvarse, algunos han recurrido a Internet; ya sea para emplear azarosamente el tiempo o para responder como choferes de Uber, esa compañía que coordina a los conductores particulares para ofrecer servicio de taxi barato. Los que han tenido un poco de más suerte y han encontrado un trabajo que le permite mantener un nivel de vida semejante al que llevaban, generalmente ha sido en empleos que no tienen que ver con el periodismo, lo que implica la frustración profesional.
No es extraño ver en la televisión nacional y en la televisión de Miami a antiguos periodistas y profesionales de los medios anunciando los sanativos resultados de los productos y tratamientos más inverosímiles.
Perder el empleo es en Estados Unidos más demoledor que en otros lugares, pues implica además la pérdida de la tranquilidad social, de una casa que no se termina de pagar nunca y que verdaderamente ni fue ni será tuya, de los seguros, de la escuela de los hijos, tan diferentes en su calidad unas de otras. Esto y más sucede a los periodistas “retirados” forzadamente, sin tener aún acceso al pago de la seguridad social.
Esta sustitución apresurada de los periodistas de experiencia por jóvenes inexpertos, es una de las causas de la falta de calidad del periodismo actual; y de la casi desaparición del periodismo de investigación. Porque lo que erróneamente se llama hoy “periodismo de investigación”, como estos Papeles de Panamá, suelen ser “likeos” propiciados por agencias gubernamentales para perseguir algún objetivo político. Como dijo Álvaro Fernández (Director de Progreso Semanal y Progreso Weekly) ayer miércoles en “La tarde se mueve”, los grandes medios se hacen receptores de estos “likeos” de información, desconociendo que ellos son también parte del problema, de esa corrupción de las instituciones que deshonra al mundo actual.
La catástrofe que todo esto ha producido en la vida personal de los periodistas ha sido tal, que Dale Maharidge dedica parte del artículo a describir lo difícil que fue entrevistarlos. Algunos de los participantes llegaron a sentirse dañados al tener recordar y en parte revivir su desgracia. Alguien comenta con desaliento: “Nunca pensé que iban a desaparecer los periódicos”; o tener que vivir bajo un árbol, o en un campismo cerca del desierto. A partir de estadísticas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) y de la Sociedad Americana de Editores, se sabe que en el año 2007 existían 55,000 periodistas a tiempo completo en casi 1,400 diarios; pero en el 2015 quedaban 32,900. Y las cifras son peores, pues no incluyen los despidos hacia finales del 2015 (por lo que seguro no se pudo incluir para el artículo) en Los Angeles Times, The Philadelphia Inquirer, New York Daily News, etc., y en revistas como National Geographic.
Algunos periodistas han apelado legalmente estas decisiones, pero no han podido ganar. Incluso algunos salieron peor, pues sufrieron la duda sobre su competencia profesional, al emplearse contra ellos el argumento “cultural” de que son miembros de la vieja escuela; que es como algunos cínicos llaman al rigor.
Comparto que la crítica al sistema actual del periodismo en EEUU se extiende a una crítica al sistema en general, pues detrás de todo aparece el mismo procedimiento; ese que consiste en chuparle a las personas lo mejor que tienen y después tirarlas a la basura. Algo inhumano sobre todo tratándose de un sistema que algunos quieren proponer como modelo a otros países del mundo.